A partir de 1870, las relaciones entre los países europeos,
a pesar de la falsa apariencia de paz, se tornaron cada vez más tensas. Como se
verá más adelante, se realizaron una serie de alianzas entre los distintos
Estados que sólo sirvieron para complicar aún más el panorama internacional.
Esta espinosa situación acrecentó las fricciones entre los
diferentes países, y provocó un estado de tensión que incrementó las
posibilidades de una guerra general. Para comprender lo crítico que era ese momento
se debe tener en cuenta el desarrollo de la política interna de estos Estados
entre 1870 y 1914, año en el que estalló la Primera Guerra Mundial.
España. Aunque restaurada la monarquía, la situación
socio-económica en este país era crítica. La Iglesia y la nobleza conservaban
grandes extensiones de tierra y riquezas, al tiempo que mantenían sus
privilegios sobre los grupos de campesinos y obreros que vivían acuciados por
serias necesidades.
Esto explica por qué las ideas anarquistas y sindicalistas prendieron
con fuerza entre los trabajadores urbanos. El ejército, por su parte, se
constituyó en un baluarte de la monarquía, ya que su apoyo era indispensable
para mantener el poder del rey. La economía nacional se encontraba estancada y,
en su mayor parte, en manos de capitales extranjeros. Paralelamente, los
movimientos separatistas de catalanes y vascos ponían en peligro la unidad del
reino.
Portugal. En este mismo período, las doctrinas republicanas
y socialistas ganaron terreno en Portugal. Para contrarrestarlas, el gobierno
favoreció reformas políticas y sociales que no alcanzaron a resolver la crisis
económica. En consecuencia el desprestigio de la monarquía era cada vez mayor.
En 1908, el rey Carlos 1 y el príncipe heredero fueron
asesinados. El nuevo monarca, Manuel II, careció del apoyo interno necesario
para consolidar su autoridad. Entonces, en octubre de 1910, estalló una
revolución que proclamó la República presidida en forma provisoria por Teófilo
Braga. El régimen republicano portugués se extendió hasta 1926, año en el que
un golpe militar puso fin a la República.
Italia. Como vimos, la península itálica alcanzó su unidad
política en 1870. A la muerte de Víctor Manuel II, se sucedieron los reinados
de Humberto 1(1878-1900, asesinado por un anarquista) y Víctor Manuel 111
(1900-1944), respectivamente. Durante este período se radicalizó en el
Parlamento la lucha entre los grupos conservador y revolucionario. Ambos
partidos, sin embargo, fracasaron en rescatar al país de la corrupción política
y de la crisis. Vastos sectores populares se volcaron a las doctrinas
socialistas y anarquistas que alcanzaron, entonces, gran difusión.
Los obreros, sin embargo, afrontaron serias dificultades
para organizarse en sindicatos, en tanto que la situación socio-económica se
agravó y el analfabetismo y las difíciles condiciones de vida fueron en
aumento. Estos hechos produjeron la emigración de más de cuatro millones de
italianos a distintas regiones de América (sobre todo a la Argentina y los
Estados Unidos). Hacia 1914, uno de cada cuatro italianos residía en el
extranjero.
Hasta 1903, los cargos ministeriales estaban en manos de los
grupos más conservadores. A partir de ese año, los sectores de izquierda,
encabezados por Giovanni Giolitti, tuvieron acceso al control del gobierno y
desplazaron así, a las tendencias más conservadoras. Se promulgaron, entonces,
nuevas leyes sociales que procuraron favorecer las condiciones de trabajo, al
tiempo que se amplió el sufragio universal para todos los italianos varones con
excepción de los analfabetos.
En el ámbito exterior, durante el reinado de Humberto I,
Italia se alió a Alemania y Austria-Hungría (Triple Alianza) y emprendió una
política imperialista. Declaró la guerra a Turquía, que amenazaba la colonia
italiana de Trípoli (en Africa), y tras vencerla se apoderó de Cirenaica y
Tripolitania (Africa). Este proceso de expansión fue apoyado por nuevos grupos
de tendencia nacionalista que fomentaron también una política de corte
autoritario.
Austria-Hungría. A partir de 1848, en el reino de la doble
monarquía se difundieron y afianzaron las ideas socialistas, al tiempo que
aumentaron los movimientos nacionalistas. Ambas corrientes ideológicas hacían
peligrar la autoridad del emperador Francisco José. Sin embargo, éste, merced
al apoyo de la burguesía húngara, consiguió mantenerse en el poder hasta
finalizar la Primera Guerra Mundial.
Rusia. El zar Nicolás II impuso un gobierno autocrático en
el cual el Estado controlaba y limitaba todas las libertades civiles. Debido al
excesivo poder de los funcionarios públicos y de la policía, a la débil
autonomía local y a la falta de libertad de expresión, el descontento popular
fue en aumento. Además, el Estado nombraba los profesores universitarios y se
advertía un creciente antisemitismo por parte del gobierno, al tiempo que se
emprendía una campaña de “rusificación” de amplias zonas recientemente
incorporadas al Imperio ruso.
La sociedad rusa era en esos momentos eminentemente
agrícola, y mantenía un sistema semifeudal. La política de industrialización
llevada a cabo por el Estado, perjudicó la condición de vida de los campesinos.
Los obreros de las ciudades, si bien menos numerosos que aquéllos, consiguieron
organizarse y aplicar medidas de fuerza (huelgas, revueltas, etc.) con el fin
de hacer respetar sus derechos y peticiones El Estado reprimió severamente todo
tipo de manifestación contraria a su política, a pesar de lo cual las ideas
socialistas y revolucionarias alcanzaron una notable difusión.
Este tenso clima interno hizo crisis tras la derrota rusa
frente a los japoneses en 1905. En enero de ese año se sucedieron numerosas
revueltas contra el régimen y el ministro del interior fue asesinado. A fines
de dicho mes, un grupo de obreros de San Petesburgo marchó hacia el palacio del
zar con el fin de entrevistarse con él. La policía reprimió este movimiento en
el que perecieron numerosos manifestantes. Este episodio se conoce con el
nombre de Domingo Sangriento. Nuevas huelgas y revueltas se propagaron por toda
Rusia. Paralelamente, los marineros del acorazado Potemkin, en esos momentos
atracado en Odesa, se amotinaron. Todos estos movimientos fueron sofocados.
Frente a estos hechos, el zar se vio obligado a prometer una
Constitución que garantizase las libertades fundamentales y la reunión de una
Duma (asamblea) para discutir y promulgar las leyes. Sin embargo, esta Duma
careció de poder efectivo y, en consecuencia, estas conquistas democráticas
fueron sólo aparentes. La represión se mantuvo y numerosos opositores y
manifestantes fueron ejecutados.