Las transformaciones económicas y políticas que se
produjeron en Europa en el siglo XIX comportan grandes cambios sociales. Se creó
una nueva cultura, con valores y formas de vida, de relacionarse y
manifestarse.
La burguesía fue la impulsora y la protagonista del siglo
XIX. La cultura burguesa otorgó mucha importancia a la familia y a la vida en
el hogar. También desarrolló una intensa vida social e interpuso una distancia
cada vez mayor entre ella y las clases inferiores.
La vida familiar: la familia y la casa
La familia se convirtió en la base en la base en la que se
fundamentaba la sociedad burguesa, la institución que garantizaba la unidad y
la permanencia de la propiedad. Era considerada la clave para la felicidad de
los individuos. La defensa para la unidad familiar fue unos de los objetivos
prioritarios de la burguesía, para así conservase y consolidarse como clase
social.
Los hijos varones se convirtieron en el centro de la familia
burguesa. El hijo era el porvenir de las familias, el heredero y por tanto,
objeto de especial cuidado afectivo y educativo. Las hijas, en cambio, eran
educadas con el fin de encontrar un marido. El matrimonio siguió siendo un
factor muy importante para las familias ricas en el que, por encima de los
sentimientos, primaban las motivaciones económicas.
Los valores familiares fueron exaltados desde el ámbito
legal y eclesiástico. Se creó un rígido esquema sobre las funciones y actitudes
de los miembros de la familia. El padre, cabeza de familia, era el depositario
de la máxima autoridad y el único con potestad para decidir sobre cuestiones
financieras y legales. La mujer debía destacar por su sumisión al esposo, por
organizar la casa y cuidar al esposo.
Se establecieron unas estrictas normas de comportamiento
dentro de la familia, que incluían preceptos sobre la sexualidad y consideraban
la fidelidad matrimonial como un valor indiscutible